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Con un título que ya es un guiño al momento actual, este nuevo corto típicamente excéntrico de Kienitz Wilkins adapta el clásico de literatura infantil estadounidense Best Busy Year Ever de Richard Scarry, filmando directamente de sus páginas en 16 mm: animales antropomórficos que llevan la buena vida americana, perfecta y perfectamente ideológica.

En un dormitorio, encaramado en el borde de una cama doble sin hacer, un hombre mira por la ventana la nieve que cae. Un mirlo se posa en el alféizar de la ventana y entona un canto que llega a formar una melodía sobre la que el hombre se pone a cantar. El hombre cuenta los asesinatos que ha llevado a cabo: los de su hijo, su hija y su mujer mientras dormían; por último, describe su propio suicidio. Poco a poco, de uno en uno, aparecen su hijo y su hija, e igualmente su mujer se revuelve en la cama, cantando una línea por su cuenta. Una vez terminado el relato, el mirlo se aleja y el hombre vuelve a mirar por la ventana.

La promesa trascendental de las drogas psicodélicas se enfrenta a las duras y específicas realidades de la vida urbana. Ambas realidades opuestas sirven como telón de fondo de un encuentro adolescente contado mediante imágenes fijas y narración escrita.

Hace veinte años las torres del World Trade Center de Nueva York se derrumbaron. Las imágenes televisivas de ese suceso, que se repitieron sin cesar, fueron precedidas por múltiples escenificaciones del edificio: ya fuera como icono simbólico, como fantasía de destrucción especulativa o como telón de fondo espectacular. En Misty Picture estos motivos ficticios se encadenan: la sinfonía de la ciudad, la película de catástrofes y la terapia de traumas médicos se convierten en uno.